8.1. EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA Y MOVIMIENTOS
MIGRATORIOS EN EL SIGLO XIX. EL DESARROLLO URBANO.
INTRODUCCIÓN
En España los cambios sociales provocados por la revolución
liberal e industrial se van produciendo en el siglo XIX, aunque a un ritmo
menor que en otros países de Europa, debido a las dificultades para establecer
un sistema político liberal estable y el retraso y las limitaciones con que se
iniciará la Revolución Industrial en nuestro país.
CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO.
La población en los principales países de Europa creció
durante el siglo XIX de manera vertiginosa. Entre otros países, Alemania,
Bélgica, Países Bajos duplicaron sobradamente su población. Gran Bretaña casi
la cuadruplicó.
En comparación con los países europeos occidentales,
España tuvo un ritmo de crecimiento demográfico lento en el siglo XIX, de 10’5
millones de habitantes en 1797 pasó a 18’6 millones en 1900.
La tasa de
natalidad española, al terminar el siglo, era del 34 por mil, de las más altas
de Europa pero era insuficiente ante la alta mortalidad porque, aunque la
mortalidad disminuyó a lo largo del siglo, al terminar éste era del 29 por mil,
la segunda más alta de Europa. La esperanza media de vida no llegaba a los 35
años. Las causas que explicarían esta alta mortalidad serían varias. En primer
lugar, en España pervivieron las crisis de subsistencia propias de la época del
Antiguo Régimen. Estas crisis se debieron por un lado a la meteorología, ésta
era muy determinante para que se dieran malas cosechas y por otro el atraso técnico
de la agricultura española, que generaba bajos rendimientos. Además, las
carencias del transporte impedían llevar productos de las zonas excedentarias a
las deficitarias.
Otro factor muy importante fue el protagonizado por las
periódicas epidemias de cólera (el cólera tuvo una gran extensión, en España
hubo 5 brotes durante el siglo, la epidemia de 1854-55 fue la más mortífera de
todas, la última se produjo en 1885), tifus y fiebre amarilla, así como por la
prevalencia de enfermedades endémicas como la tuberculosis, viruela, sarampión,
escarlatina y difteria. Las epidemias y las enfermedades incidían de forma
brutal sobre una población muy debilitada por evidentes carencias alimenticias
y por una deficiente atención sanitaria. La mortalidad, en todo caso, manifestó
las claras diferencias sociales del siglo. El acceso a la medicina moderna, así
como a viviendas con adelantos modernos y que cumpliesen requisitos de
salubridad, solamente fue posible para las clases alta y media.
En conclusión, en España pervivió el régimen demográfico
antiguo, con la excepción de Cataluña, que inició antes la transición
demográfica, precisamente en relación con su proceso de industrialización y
modernización económica, estamos pues ante una transición demográfica muy
retrasada en las que las tasas de natalidad y mortalidad irían descendiendo muy
lentamente.
La estructura demográfica por sectores económicos era
arcaica y desequilibrada, con un importante predominio del sector primario
(70%) frente al secundario (12%) y al terciario (18%).
MOVIMIENTOS MIGRATORIOS
A comienzos del siglo XIX existía una pequeña emigración
que se dirigía hacia el norte de África (Argelia), América o Europa, con una
emigración en algunos casos de carácter temporal en búsqueda de un trabajo
agrícola más remunerado, o como consecuencia de la situación política, que
provocaría importantes emigraciones, sobre todo durante la década ominosa
(1823-33).
A mediados de siglo, una serie de disposiciones anularon
los obstáculos legales que se oponían a la emigración, y así se incrementó la
marcha de personas que buscaban mejores condiciones de trabajo y de vida hacia
repúblicas de Sudamérica, norte de África y Europa. La corriente migratoria se
dirigía sobre todo a Argentina y Brasil, y en menor medida a Argelia y Francia.
Las guerras coloniales de 1897 a 1900 frenaron la tendencia que se restableció
a comienzos de siglo siguiente.
En cuanto a los movimientos migratorios interiores, desde
el siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX, la cuantía de éstos no fue grande;
no obstante, la industrialización de Cataluña y el País Vasco así como el
desarrollo de Madrid o la zona del Levante intensificaron estos
desplazamientos, las zonas migratorias pertenecían a Galicia, las dos
Castillas, Aragón y Andalucía oriental.
EL DESARROLLO URBANO.
En España, el proceso de urbanización fue limitado. El
movimiento del campo a la ciudad es un fenómeno muy relacionado con la
revolución agrícola y la industrialización. Al no haber en España una clara
modernización agrícola y con una industrialización lenta y tardía, el éxodo
rural no comenzó hasta fines del siglo XIX, siendo más evidente en el siguiente
siglo. En el último tercio del siglo, el proceso de urbanización se aceleró de
manera notable, aunque desigual. Crecieron ciudades como Bilbao, Barcelona y
Valencia, mientras que otras como Madrid, Zaragoza o Cartagena, lo hicieron de
manera más pausada. La estructura de la ciudad se quedaba pequeña, y se hacía
necesario un ensanche destinado a dar alojamiento a los nuevos pobladores llegados
del campo.
Los ensanches de Barcelona, Madrid, Bilbao, San
Sebastián, Valencia y de otras tantas poblaciones supusieron grandes desafíos
urbanísticos, a los cuales hicieron frente los arquitectos de la época.
Surgieron así el ensanche de Barcelona, de Ildefonso Cerdá; o la Ciudad Lineal,
proyectada para Madrid por Arturo Soria.
Concretamente, el crecimiento de la ciudad de Barcelona
se convirtió, a finales de siglo, en un modelo urbano europeo industrial porque
en primer lugar, se hizo con unos barrios salidos de un ensanche precipitado
por la incesante llegada de inmigrantes, con viviendas, talleres, fábricas con
vías y estaciones de ferrocarril.
Por otra parte, nos encontramos unos barrios
promocionados por la burguesía industrial, trazados en manzanas cuadrangulares
y con unos edificios en los que los arquitectos se esforzaron en plasmar el
arte modernista catalán.
8.2. LA
REVOLUCIÓN INDUSTRIAL EN LA ESPAÑA DEL XIX. EL SISTEMA DE COMUNICACIONES: EL
FERROCARRIL. PROTECCIONISMO Y LIBRECAMBISMO. LA APARICIÓN DE LA BANCA MODERNA.
INTRODUCCIÓN.
Durante el
s.XIX la economía española experimentó numerosos cambios, sin alcanzar el
desarrollo de otros países europeos. Solo en el País Vasco y Cataluña hubo una
transformación industrial importante.
LAS
PECULIARIDADES DE LA INCORPORACIÓN DE ESPAÑA A LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.
El proceso de
industrialización no fue tan importante como en otros países europeos, afectó
principalmente a las zonas de Cataluña y el País Vasco. A finales del XIX,
España era aún un país poco desarrollado industrialmente, continuaba siendo
eminentemente agrario.
Este retraso industrial
puede explicarse por la falta de poder adquisitivo de la población y por un
proteccionismo excesivo, otros elementos que explican este retraso fueron: la falta de inversiones, las malas comunicaciones
terrestres y la falta de redes comerciales para llevar los bienes al consumidor
potencial.
Algunos de estos problemas se resolvieron lo
largo del siglo, aunque la expansión industrial fue mucho más débil que en la
mayoría de países de Europa Occidental.
A pesar de la poca
capacidad de compra del mercado español en Cataluña se creó una importante
industria textil, sobre todo algodonera, gracias al avance de la economía
catalana y a las medidas proteccionistas de los gobiernos, también fue un
elemento decisivo en el desarrollo de esta industria el espíritu de iniciativa
y de riesgo de la sociedad catalana.
En cuanto a la industria
siderúrgica, en 1831 se instaló en España el primer alto horno, el de La
Constancia, en Málaga. La familia Heredia impulsó la actividad y Andalucía fue
la primera región con siderurgia moderna.
La escasez de mineral y carbón la hizo inviable en tres décadas. En la
década de 1840 se desarrolló la siderurgia en Asturias.
Los primeros altos hornos
en el País Vasco se instalaron en 1841. Loa comerciantes vascos aprovecharon la
política proteccionista de los gobiernos liberales y la supresión parcial de
los fueros. La explotación del mineral de hierro permitió a un sector de la
burguesía enriquecerse exportando el mineral a Reino Unido, lo que propició la
aparición de importantes astilleros para construir barcos que transportaran el
mineral.
A partir de 1860 se levantaron altos hornos
para la fabricación de hierro, que eran propiedad de las empresas creadas por
los comerciantes del mineral. Pronto Vizcaya se convierte en el principal foco
industrial de la siderurgia, sobre todo con la sustitución del hierro por el
acero, dando lugar al gigante industrial de Altos Hornos de Vizcaya. En
Guipúzcoa aparecen también numerosas empresas metalúrgicas de transformados del
acero. Así surgió una segunda isla industrial, en el conjunto español todavía
agrario, que transformó la sociedad y economía de los territorios vascos.
EL
SISTEMA DE COMUNICACIONES: EL FERROCARRIL.
España disponía hacia 1850
de una red de caminos y de carreteras cuya extensión no llegaba a una décima
parte de la de Francia, con una extensión territorial similar. A mediados de
siglo la situación mejoró. En 1850 se estableció el servicio de correos y, en
1852 se inauguró el servicio de telégrafos.
Pero el principal reto
seguía siendo el transporte de mercancías. La creación de redes comerciales
exigía disponer de facilidades para trasladar mercancías en grandes cantidades
y con cierta rapidez. Hacia 1850, Madrid era la única capital europea que solo
disponía de caminos para carros. En el Bienio Progresista (1854-56) se dio un
impulso decisivo a la construcción del ferrocarril con una legislación que
permitió la entrada de capital extranjero para financiarlo. Una nueva Ley de
Ferrocarriles de 1877 favoreció la formación de nuevas empresas que duplicaron
el tendido existente hasta llegar a unos 13.000 km a finales de siglo. Se
incrementó la presencia de capital español y las subvenciones del Estado. Y el
ferrocarril comenzó a ejercer cierto arrastre de la industria siderúrgica y
metalúrgica nacional. En 1883 se fabricó la primera locomotora y comenzó una
intensa fabricación de material ferroviario. Los ferrocarriles mineros y los de
vía estrecha, que completaban la red principal, se realizaron básicamente a
finales del siglo. Se produjo una revolución en el sistema de transportes al
permitir el traslado y comercialización de los productos entre las zonas
agrícolas y las industriales. Pero el diferente ancho de vía con respecto a las
europeas fomentó el aislamiento. El trazado radial ignoraba la localización
periférica de la industria. Además, la limitada demanda existente hizo del
ferrocarril un negocio poco lucrativo.
PROTECCIONISMO
Y LIBRECAMBISMO.
La economía española
durante este periodo se encontraba ante el gran dilema del proteccionismo o el
librecambismo. El primero propugna la protección de la producción nacional
frente al mercado exterior, mediante el establecimiento de altos impuestos
aduaneros a las mercancías importadas, que en general eran más competitivas.
Así, la producción nacional, de menor calidad y más cara, podría soportar la
competencia exterior. Por el contrario, el librecambismo defiende la libertad
de intercambios con bajos aranceles. El Estado debe garantizar la libre
transacción de capitales y mercancías.
Durante el siglo XIX
España tuvo una economía con un nivel de protección arancelaria más alto que el
entorno europeo. Resulta llamativo que en 1820 liberales progresistas lograran
establecer un arancel muy restrictivo que seguía prohibiendo la importación de
675 tipos de mercancías.
Posteriormente, las Cortes
progresistas de 1841 redujeron las prohibiciones. En 1849 una nueva ley rebajó
aún más los aranceles. La polémica entre los dirigentes liberales fue continua
y surgieron asociaciones defensoras de ambas posturas.
Mientras la burguesía
moderada del textil catalán y los cultivadores de trigo del interior abogaban
por un mercado reservado a la producción nacional, los progresistas y
demócratas eran partidarios del librecambismo como forma de conseguir
inversiones y tecnología y de poder acceder a capitales y bienes de equipo
extranjeros. Solamente en breves periodos, como durante el Bienio Progresista,
y limitado a sectores muy concretos, como fue el ferrocarril, se adoptaron
criterios librecambistas.
Tras la Revolución de
1868, el ministro Laureano Figuerola estableció un nuevo arancel que pretendía
abrir la economía española al exterior como forma de promover el desarrollo
económico. Este arancel establecía una desprotección selectiva, manteniendo una
amplia protección para los productos agrarios y rebajando la de los productos
industriales.
El arancel de Figuerola no
acabó de implantarse totalmente ante la resistencia de los grupos industriales
catalanes y vascos y de los harineros castellanos. De hecho, una ley de 1875
paralizó su implantación. La crisis agraria de finales de siglo, especialmente
grave en España, tuvo como respuesta el arancel muy proteccionista de Cánovas
de 1891, la economía española entró en una década e muy bajo crecimiento de la
renta y un gran debilitamiento del sector exterior.
LA APARICIÓN DE LA BANCA MODERNA.
El sector financiero jugó un papel
básico en la industrialización y la economía. Con Fernando VII se creó el Banco
de S. Fernando (1829) y la Bolsa de Madrid (1831). La Ley de Bancos y
Sociedades de Crédito (1856) inició la modernización del sistema bancario. Nace
el Banco de España (1856) y entidades como el Banco de Santander (1857), Banco
de Bilbao (1857) y Banco Hipotecario (1872).
En 1868 se instauró la peseta como moneda
oficial, logrando la unidad monetaria.
Con la Restauración comenzó un nuevo
sistema bancario, de tipo mixto, en el que los bancos se especializaron poco y
atendían con sus préstamos tanto a la financiación de inversiones como la de
consumo. Con el cambio de siglo aparecieron varios de los grandes bancos de la
historia de económica de España: Hispano-Americano en 1900; Vizcaya en 1901,
Español de Crédito en 1902, etc.
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